Días perfectos

«La belleza de la simplicidad»

Se acerca el día de la entrega número 96 de los premios Oscar, que, nos guste o no, son un evento casi imposible de ignorar, y el referente en la industria cinematográfica (al ser el cine norteamericano el estándar hegemónico). Y es en los meses previos a esta celebración que han estado llegando a nuestro país una serie de películas anunciadas como milagrosas (aunque no lo sean), a propósito de las muchas nominaciones que ostentan. Particularmente, el pasado fin de semana se estrenó en México una dupla de películas que han dado mucho de qué hablar: “Zona de Interés” y “Días Perfectos”. Aunque en la opinión de este cinéfilo, “Zona de Interés” no cumple con las expectativas, “Días Perfectos”, del cineasta alemán Wim Wenders, llega a salvar lo que parecía ser otro fin de semana de cine sobrevalorado por una crítica fácilmente impresionable.  

La película “Días perfectos” se nos presenta circunscrita en dicho mundo superficial y vano, en donde pareciese que los galardones y las nominaciones al Oscar son aquello que determina el mérito de un trabajo fílmico. Nominada a mejor película extranjera, la más reciente película de Win Wenders le da una sacudida al estatus quo y nos ahoga de belleza y simplicidad.

Wim Wenders es reconocido por verdaderas joyas cinematográficas, como “Paris Texas” y “Wings of Desire”. En ambos trabajos, Wenders retrata de forma magistral el tema que más lo ha marcado y conmovido: la soledad. Y, por supuesto, “Días perfectos” no podía ser la excepción. En “Días perfectos” seguimos la vida de Hirayama, un hombre japonés radicado en Tokio, de unos 50 años, solitario, y con una rutina simple y monótona que, a pesar de todo, parece hacerlo sentir pleno. Hirayama es conserje del conocido “Tokio Toilet Project”, que es una iniciativa de la Nippon Foundation para reinventar los baños públicos en Tokio, a través de diseños arquitectónicos innovadores.

La mayor parte de la película vemos a Hirayama ejecutar, repetidamente, la misma rutina: levantarse por las mañanas, alistarse, manejar, limpiar baños, almorzar, etc. Esto, a simple vista parece la formula perfecta de un potente somnífero; sin embargo, el increíble poder narrativo de Wim Wenders hace que la contemplación de estas pequeñas acciones sea sumamente cautivadora, y de una belleza extraordinaria. Y es que queda muy claro que Wenders estudió, entendió y logró plasmar los elementos estéticos más importantes de la cultura japonesa. Para el japonés lo bello no es estridente; el arte nipón se nutre de contrastes sutiles y de contrapuntos breves. A través de exquisitas variaciones en la iluminación, los encuadres y el montaje, Wenders hace que cada una de las repeticiones de la rutina de Hirayama sea única, tratándonos de comunicar que cada día, por simple que sea, tiene hermosas peculiaridades.

A lo largo del filme también veremos como Hirayama se entrelaza con personajes fugaces que, si bien causan un impacto inmediato en su vida, de fondo, no cambian en nada las circunstancias del protagonista. Él seguirá siendo el mismo individuo solitario con un trabajo repetitivo. Lo cual, claramente, busca capturar otro aspecto fundamental de la filosofía de oriente: lo ilusorias y perecederas que son las interacciones humanas (algo que también Wong Kar-Wai plasmó en sus mejores trabajos).

Otros dos aspectos destacables de esta película son su banda sonora (que les encantará si son fanáticos del rock) y la actuación de Koji Yakusho (Hirayama), quién, a pesar de casi no tener diálogos, hace un despliegue excepcional de capacidades actorales. No es de extrañarse que haya recibido el premio a Mejor Actor en el Festival de Cannes.    

[Alerta de Spoilers] Resulta intrigante que, a pesar de que Hirayama vive con humilde alegría las cosas a las que puede aspirar, la última escena del filme es un primer plano en el que vemos al protagonista expulsando un llanto que se antoja reprimido. Esto, personalmente, me hace pensar que la mayoría de los críticos y espectadores están entendiendo mal el mensaje de esta película. Hay una opinión casi generalizada de que “Días perfectos” tiene un mensaje optimista; sin embargo, el llanto de Hirayama sugiere todo lo contrario. La escena final delata que el protagonista no se siente pleno en absoluto: reprime el dolor de la carga que conlleva su soledad. Esta conclusión se ve reforzada por las referencias a la palabra “sombra” que se observan durante toda la película; se podría decir que Hirayama se auto percibe como una sombra en esta sociedad. Haciendo referencia a Camus, me permito definir a Hirayama como una especie de Sísifo al cual, simplemente, no podemos imaginar feliz.

En resumen, “Días Perfectos” es una obra maestra que nadie se debería perder. Retoma elementos de la estética japonesa para construir una narrativa excepcional y es, sin duda, uno de los mejores y más maduros trabajos de Wim Wenders. Estemos o no de acuerdo con su premisa y su mensaje, no queda más que prender un cigarrillo y exclamar: ¡Es Cine!  

PABLO BASTIDA

Instagram: @bastidaph

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