La Niña Callada

La Niña Callada (2022) dir. Colm Bairéad

Basada en el cuento Tres luces de Claire Keegan y dirigida por Colm Bairéad, La niña callada cuenta la historia de Cáit, una niña de nueve años, integrante de una numerosa y humilde familia, a quien sus padres envían a pasar una temporada con unos parientes lejanos en mejor situación económica, hasta que su madre de a luz a su hermano pequeño. Esta experiencia significará para Cáit una oportunidad para ampliar sus horizontes y descubrir nuevos escenarios posibles, pero no será Cáit la única beneficiada por este encuentro. Para sus tíos, Eibhlín y Seán, la llegada de Cáit se convierte en el momento para sanar fuertes heridas del pasado.

La Niña Callada (2022) dir. Colm Bairéad

Como el título de la película nos indica, Cáit es una niña tímida, introvertida, aislada e incluso incomprendida. Tiene problemas para relacionarse tanto con sus hermanas, que mantienen largas conversaciones entre ellas mientras Cáit se mantiene en silencio, como con sus compañeros de clase y hasta sus padres, cuyas muestras de cariño hacia Cáit y el resto de sus hijas son nulas. Cáit no conoce nada más allá de lo que se le ha mostrado a lo largo de sus cortos nueve años de vida, pareciera que su mundo se reduce a las paredes que conforman su hogar y a las vagas enseñanzas de sus padres, por lo que al llegar a la casa de sus parientes, Cáit se mantiene cohibida y temerosa, como si a cada paso que da y descubre algo que no conocía, temiera que esto la lastime. Los cariñosos tratos y atenciones de su tía la desconciertan. Poco a poco, Cáit se va adaptando y encariñando con este nuevo mundo. Así como sus tíos se acostumbran a tenerla en casa, lo que para ellos significará una experiencia catártica.

La niña callada es una película que logra ser una experiencia inmersiva para el espectador. Durante las primeras secuencias se nos muestra el entorno de Cáit, su casa, la indiferente actitud de sus padres y hermanas, su escuela y su entorno y como espectadores nos hacemos parte de ello. Sin más que algunas escasas líneas de diálogo, estas escenas contemplativas nos muestran y sumergen en el limitado mundo de Cáit. Con solo verla, somos compasivos con ella y nos provoca una fuerte lástima ver a esta niña tan solitaria y desatendida. Estas primeras secuencias en las que conocemos quién es Cáit y las dificultades que vive, son claves para que en el resto de la película podamos sentir lo que la protagonista está viviendo y podamos experimentar junto con ella el desenlace de la historia. Su tía parece gustosa desde el momento en el que Cáit llega a casa. Sin embargo, su tío Seán, al principio parece renuente al hecho de recibir a la niña, su relación con ella es distante y ni siquiera aparta la vista de la televisión al desearle buenas noches. Pero poco a poco, a medida que ambos van descubriendo sus respectivos nuevos mundos, su relación se va estrechando. Cáit y sus parientes se encuentran en el momento justo, cuando sin saberlo, se necesitaban mutuamente y sin darse cuenta, se ayudan a sanar y amplían los horizontes de los mundos que conocían.

La Niña Callada (2022) dir. Colm Bairéad

La niña callada nos hace parte del estrecho mundo del que Cáit forma parte y junto con ella, somos testigos de cómo las fronteras se abren, presentándole un mundo completamente nuevo del que quiere continuar siendo partícipe y el dejar de serlo, puede significar una fuerte decepción para ella.

Hay una clara diferencia que visualmente es muy evidente entre estos dos mundos, la cual se simboliza a través de la fotografía y del diseño de producción. Diferencias muy marcadas entre el mundo viejo y el mundo nuevo. Entre las secuencias que transcurren en su entorno normal y en el nuevo entorno, entre la casa de sus padres y la granja de sus tíos, sumando a la experiencia inmersiva que nos presenta la película.

Sin necesidad de melodrama y con pocos diálogos, La niña callada es una película que logra conmover al espectador y hacerlo parte de una historia que aunque no vivió en carne propia, logra remover sus sentimientos como si él mismo o ella misma la hubiera vivido.

La niña callada ya está en cines, no pierdan la oportunidad de verla.

Emilia Plascencia

Instagram: @emiliaplascencia

¡Que viva México! (y su clasismo…)

El pasado martes 14 de marzo, en la Plaza Oasis Coyoacán (CDMX) tuvo a bien (o no) presentarse la más reciente entrega de Luis Estrada: ¡Que viva México! La lluvia, que se desató de manera imprevista, no desanimó a nadie; desde las 3 de la tarde, un considerable número de reporteros se amontonaban alrededor de la alfombra roja, decididos de obtener la nota, y arrancarle unas cuantas palabras a Poncho (Herrera), Ana (de la Reguera), Damián (Alcázar), Joaquín (Cosío), y, por supuesto, al aclamado Luis Estrada. Y, ¿cómo no?, si en los últimos años, Luis se ha consagrado como un símbolo de la crítica a la clase política mexicana desde la trinchera del séptimo arte. A Luis puede reconocérsele (honor a quien honor merece) el haber sido uno de los escasos cineastas mexicanos con la valentía de rodar ingeniosas sátiras que retratan, de pies a cabeza, los peores vicios del ejercicio del poder en México. Con títulos como La Ley de Herodes, El infierno y La Dictadura Perfecta, Luis Estrada ha logrado cuestionar e incomodar tanto al Priismo como al Panismo. Y es así, con esos antecedentes, que el director se planteó una nueva cruzada: criticar al poder en turno. Esta nueva aventura se antoja, por lo menos, compleja, ya que, sin caer en el proselitismo político, y adhiriéndome a los análisis políticos más objetivos, es innegable que este gobierno es, en muchas cosas, distinto a los anteriores, nos guste o no, para bien o para mal. Luego, surge una pregunta natural: ¿está Luis Estrada a la altura de las necesidades de esta nueva realidad política? En la modesta opinión de este cinéfilo, la respuesta es: no.

«El fallo se encuentra, justamente, en no lograr lo que ha caracterizado a Luis durante toda su carrera: la adecuada construcción de una ficción que refleje nuestra realidad política»   

En términos estrictamente cinematográficos, ¡Que viva México! es un filme que cumple, holgadamente, con los estándares mínimos de calidad. Es decir, el trabajo de cinematografía, arte, sonido, montaje, etc., es, si no destacable, al menos bastante bien cuidado. La película está salpimentada con referencias visuales muy afortunadas a otros filmes de culto, por ejemplo, París, Texas o El Lugar Sin Límites, lo cual la hace muy agradable al ojo en momentos clave. La plantilla de actores, y la dirección de estos es, sin duda, una de las mayores virtudes de esta película; entre los más destacables están, por supuesto, los papeles protagonizados por Damián y Joaquín. Pero, entonces, dados todos los ingredientes necesarios para hornear una película memorable, ¿qué es lo que falla en esta producción? En mi opinión, el fallo se encuentra, justamente, en no lograr lo que ha caracterizado a Luis durante toda su carrera: la adecuada construcción de una ficción que refleje nuestra realidad política.       

Foto: Pablo Bastida. Oculus Todo El Cine

Quienes conocen el trabajo de Luis Estrada saben que su estilo es muy peculiar: a través de la construcción de microhistorias y personajes arquetípicos, establece narrativas que pretenden imitar, en pequeño, la realidad política del país. El problema es que, en esta producción, la ficción que se construye poco tiene que ver con la vida política y, más bien, parece una comedia banalizada sobre las clases populares del México menos urbanizado. Baste decir que la primera referencia (entre las muy contadas) que se hace al presidente Andrés Manuel López Obrador sucede hasta muy entrada la película, aproximadamente después de hora y media de metraje. Antes de esta aparición, el eje que domina el ritmo de la película es la de ridiculización de la pobreza; “los pobres son sucios”, “los pobres son promiscuos”, “los pobres son perezosos”, “los pobres no son solidarios”, “los pobres quieren dádivas”, “los pobres van a llevarte a la ruina”, y un largo etcétera, son subtextos que se pueden leer repetidamente, todo con un objetivo propagandístico bastante claro: convencer al espectador de que ese “pueblo bueno”, del que tanto habla Andrés Manuel, de hecho no es tan bueno, y por tanto, debemos desconfiar de la democracia y de los programas sociales. Y sí, debe reconocerse que, también, se hacen algunas burlas a los estereotipos que corresponden a las clases medias, pero se sienten inocentes, tibias y muy condescendientes.

En esta película se confronta la meritocracia con la pobreza, lo cual, por sí mismo, sería un terreno muy fértil para desarrollar una sátira. El problema es que Luis se adhiere a una visión de la realidad social completamente alterada. Defiende el mérito, antagoniza la pobreza, y banaliza la polarización tan preocupante que se vive en el México actual. ¡Que viva México! se conforma con retratar a las clases populares como resentidas y vengativas con los (¡pobrecitos!) fifís, y esto se consolida y se resume muy bien en una frase, dicha por el patriarca, que bien podría representar toda la película: “tu fracaso es nuestra felicidad”. No voy a negar, a pesar de todo, que algunas cosas de las que se mofa este filme son, en términos muy superficiales, “ciertas” (lo sé de primera fuente, al pertenecer a las clases populares); sin embargo, lo que Luis no termina de entender es el imperativo ético de utilizar la sátira de forma responsable, para incomodar al poder y cuestionar el privilegio, y no para invisibilizar la precariedad, y volver el blanco de las burlas a un sector que, históricamente, ya ha sido muy agraviado. Dicho esto, estoy convencido de que esta película, tal como fue planteada, era completamente innecesaria.   

Foto: Pablo Bastida. Oculus Todo El Cine

Creo muy relevante aclararle al lector que, con todo esto, no pretendo hacer una defensa del Obradorismo. La cuarta transformación, como es llamada, tiene tantos errores como aciertos, y criticarla libremente no solo es un indicador de salud política, sino una actividad ineludible. El problema es que Luis Estrada no toca, ni por encima, los temas más relevantes y polémicos de la actual administración. Prefiere encasillarse en una lucha ficticia entre nacos y fifís que, además de ser profundamente clasista, y enervar la polarización, ni siquiera es de un humor ingenioso. A ratos, hasta nos recuerda filmes tan poco afortunados como Mirreyes vs Godínez, y llega a caer en la tentación de recurrir a chistes escatológicos, que son los más trillados y fáciles de todos. Ya ni decir que es un película innecesariamente larga.

Pero todo esto no debería de extrañarnos, es un resultado natural cuando se retrata sin pudor ni autocensura una realidad que no se conoce. Al igual que Michel Franco, o incluso Octavio Paz, Luis Estrada nos quiere hablar de un grupo social al cual no pertenece, y cuyas problemáticas observa desde el pedestal del privilegio. Yo creo que esta entrega nos indica que el estilo de Luis Estrada envejeció muy mal, no está a la altura de la modernidad, y nos deja una gran lección: el cine tiene que empezar a democratizarse; es decir, tiene que dejar de ser acaparado por los mismos sectores de siempre, y darle lugar a visiones diversas, auténticas, y sobre todo, con conciencia de clase.  

¡Que Viva México! se estrena este 23 de marzo exclusivamente en cines.

PABLO BASTIDA

Instagram: @bastidaph